“Todos queremos electromovilidad, pero ¿de qué sirven 200 coches eléctricos en una represa? No contaminamos, pero es la misma represa”, dijo Efraim Zeledón, Viceministro de Infraestructura, en una reciente entrevista con La Nación. Sin embargo, la respuesta a la pregunta retórica apunta a una ventaja apreciable.

La eliminación de las emisiones de escape de los automóviles atrapados en los atascos de tráfico sería un avance vital para el medio ambiente y la salud pública. Doscientos autos limpios, ya sea en congestión o en otros lugares, dan servicio a más de 200 consumidores de combustibles fósiles, y si los usamos con fuentes de energía limpia disponibles en el país, también podrían servir a la economía.

La pregunta del viceministro no puede interpretarse como una negación de las virtudes de la electrificación del transporte, sino como un llamado a su racionalización. La electrificación del transporte es solo una parte de la tarea. También es necesario colectivizarlo a través de una oferta de movilidad atractiva para los usuarios.

Los buses y trenes eléctricos se encuentran entre los medios dotados de las dos virtudes: operación limpia y movilización colectiva, pero una mirada a la realidad nacional revela la ausencia de políticas públicas encaminadas a lograr la transformación. Por el contrario, hay serios contratiempos.

Un proyecto de tren eléctrico financiado con cuotas de privilegio e incluso donaciones quedó descartado con el cambio de gobierno, y no hay planes para reemplazarlo. Las ideas planteadas en los últimos meses se refieren a un fragmento de la línea descartada y su utilidad es mucho menor.

La sectorización del transporte, ahora pensada como un complemento del ferrocarril, no ha avanzado mucho desde finales del siglo pasado. Choca una y otra vez contra fuertes intereses de un sector de los choferes y nunca se materializa. El cambio aumentaría la eficiencia y disminuiría la contaminación que provocan las unidades actuales con sólo poner orden y conquistar la racionalidad perdida por el viceministro.

Por otro lado, la incorporación de buses eléctricos a la flota nacional, como lo han hecho un número creciente de ciudades de América Latina, corre el riesgo de convertirse en un eterno plan piloto. El viceministro ofrece esperanza: “Están trabajando en una solución para las concesiones y la antigüedad de los buses, y aprovechar la coyuntura para hacer un cambio de unidades e incorporar buses eléctricos, con un modelo de financiamiento que les permita a los operadores hacer los cambios”.

Nunca lograremos construir las carreteras necesarias para acomodar el transporte individual. Tampoco es deseable intentarlo. No obstante, el coche eléctrico siempre será preferible. Por eso, debemos celebrar la preservación de las exenciones en el paquete tributario que inicialmente las eliminó. Pero con la celebración no desaparece la necesidad de preguntarse cómo llegó a plasmarse la idea en la propuesta original, pues muestra una falta de orquestación mínima de las políticas públicas de transporte y medio ambiente.

Tampoco se vislumbra una solución para el crecimiento urbano desordenado. La falta de planificación es una de las quejas del viceministro. “No logramos nada con un desarrollo urbano si no está conectado con buenas vías de comunicación y nuevas formas de transporte. Ahora los jóvenes compran en grandes torres de departamentos en las montañas, pero con la misma vía de acceso y sin transporte público”. Entonces, agrega el funcionario, automáticamente piensan que necesitan un auto.

Ninguno de los problemas enumerados es nuevo. Llevan años discutiendo. Todavía están pendientes de solución y, en muchos casos, estamos a punto de dar los primeros pasos, ya sea porque nunca se avanzó o por una extraña terquedad en revertir lo avanzado. Como bien dice el viceministro, “muchas veces los proyectos no van más allá de los gobiernos”. Eso debe cambiar.

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By Nacion

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